“Nadie
se imagina lo que es no saber leer ni escribir; cada vez que tenía que
firmar algo me moría de vergüenza; cuando iba a la escuela de mis chicos
a retirar los boletines, le pedía a una vecina que me leyera. Muchas
veces mentí al buscar trabajo, decía que sabía leer y cuando me
descubrían desaparecía...” Ana María Quiroz (53), tucumana, vive en
Adrogué, Almirante Brown.
El censo nacional 2001 registró que en la provincia de Buenos Aires
había 181 mil adultos analfabetos; Ana María era uno de ellos, hasta que
en abril del año pasado comenzó a estudiar impulsada por una vecina y
compañera de trabajo. Ambas están integradas al programa Argentina
trabaja, enseña y aprende que apunta a que los cooperativistas, además
de obtener un trabajo remunerado, puedan alfabetizarse y recibir
educación primaria y secundaria en sus propios barrios e incluyendo a
familiares y vecinos.
El conteo de 2001 precisó también que en la PBA se contabilizaron
1.184.789 adultos con educación primaria incompleta y 1.141.319 con
secundaria sin terminar. Cuando se puso en marcha el programa de Ingreso
Social con Trabajo Argentina Trabaja, se censó educativamente a quienes
se anotaban, y los ministerios nacionales de Desarrollo Social,
Educación, Trabajo y Economía diseñaron planes de alfabetización y
finalización de ciclos primario y secundario para los cooperativistas,
sus familias y los vecinos de los barrios bonaerenses, aunque no
integraran las cooperativas. Se estima que en la actualidad el alumnado
de los programas Encuentro (alfabetización básica desde 15 años); Fines 1
(ciclo primario completo, desde 15 años) y Fines 2 (secundario
completo, desde 18 años) superan los 30 mil, con más del 60 por ciento
de mujeres.
A partir de esa evaluación de niveles los equipos técnicos y
pedagógicos concluyeron que resultaba casi imposible que quienes habían
quedado fuera del sistema formal volvieran a cursar en las escuelas
comunes por los límites de edad, lejanía, incompatibilidad con horarios
laborales y, en alto porcentaje, por sentimientos de vergüenza e
incomodidad ante los demás.
De allí surgió la decisión de que las sedes de enseñanza fueran
clubes de barrio, sociedades de fomento, iglesias, instalaciones
municipales y espacios cercanos y conocidos. De esta forma los docentes
especializados llegan a los barrios y las clases se desarrollan en ese
ámbito no formal. A su vez, la alfabetización parte de “saberes
conocidos y cotidianos en el contexto social”. Aquello que hace varias
décadas atrás se dio en llamar educación popular, modalidad aniquilada
por la última dictadura militar junto a docentes, religiosos y
militantes sociales.
La emocion de letras y palabras
“Me crié en Tucumán en una familia muy humilde, era la mayor de
siete hermanos. Mis padres trabajaban en el campo y yo en casa y
cuidando a mis hermanos. Siempre quise ir a la escuela pero sólo los más
chicos estudiaron, así pasa cuando uno es pobre. A los 16 me casé, nos
vinimos a Buenos Aires, llegaron los hijos y los nietos. Todos tienen
estudios”, recuerda Ana María.
Desde hace un tiempo trabaja en una cooperativa en limpieza y
mantenimiento de plazas y espacios verdes, “ya no había hijos que cuidar
y quería ayudar a mi marido. Mi vecina Redolinda me contó que era
alfabetizadora, y que daba clase a un grupo de cinco vecinos de la
cooperativa. Empecé en abril, íbamos dos veces por semana tres horas,
durante seis meses. Redolinda nos daba tarea, teníamos que repasar,
buscar palabras y anotarlas, traer preguntas. Muchas veces me ayudaban
mis nietos. Matemáticas me costó menos, una siempre hace alguna cuenta.
Lo que no voy a olvidar nunca es la emoción que sentí cuando escribimos
una carta por primera vez. Se la mandé a mi hermana a Tucumán”, cuenta.
Su nieto de 15 años le entregó el diploma de alfabetizada, “le
prometí seguir hasta terminar primario y secundario y a lo mejor me
animo con la facultad, ahora sé que puedo. Ya no soy una nadie, una
nada”, dice.
“La vida no es las ollas y escobas...”
La docente y fundadora de Ctera, Mary Sánchez, coordinadora nacional
del programa de Educación para las Cooperativas, subraya que “lo
diseñamos planteándonos que la educación, la enseñanza y el aprendizaje
no están sólo en el edificio escolar. Hay que ir a buscar a chicos y
grandes adonde están, llevarles a los docentes a los barrios y partir
desde su contexto social. ¿Quién puede creer que los chicos que dejan la
escuela después de varios fracasos van a volver? ¿O que los adultos que
perdieron el tren hace años van a terminar su escolaridad como el que
tuvo todas las posibilidades? Este sistema educativo que contempla sus
necesidades y saberes los suma de inmediato”, dice.
Sandra Aiger (45) trabaja y estudia en el barrio San Martín de
Florencio Varela, cursa la primera materia del Fines 1 para completar su
ciclo primario. “Trabajo en una cuadrilla de mantenimiento y limpieza
del barrio. Los compañeros que están en el último nivel del Fines 2
preparan chicos para exámenes y dan clases de apoyo escolar. Funcionamos
en la Sociedad de Fomento y somos veintitrés adultos estudiando”,
cuenta. Sandra está casada y tiene tres hijos de 20, 18 y 11 años,
asegura que “soy otra mujer, antes de la cooperativa y de estudiar
estaba en mi casa encerrada, limpiaba, planchaba y cocinaba. Con el
trabajo y el estudio empecé a conocer a otra gente y otra vida, me
vinculé, hacemos trabajo solidario y empecé a descubrir que yo sé y
puedo ayudar a otros”, dice.
En 2001 la familia quedó sin nada cuando el marido perdió el trabajo
y nació su hijo menor, “nos vimos en una situación horrible, haciendo
trueque, aislados. La cooperativa fue de mucha ayuda en muchos sentidos
porque no es asistencia, tenés que trabajar si querés cobrar. No es
regalo, es trabajo. En la cooperativa me di cuenta de que no tengo
estudio, recién empiezo el secundario y veo que mi vida no es las ollas y
la escoba; tenemos cátedras, capacitaciones en derechos ciudadanos.
Tengo 45 años y es la primera vez que me intereso por lo que pasa
conmigo y con los demás, que la vida no es sólo mi casita. Empecé a
tener conciencia y pude explicarle a mi hija que votó por primera vez
qué significa votar, antes yo no sabía. Mi marido cambió, se plancha la
ropa, se hace la comida, y estamos mejor, ve que soy capaz y que estoy
contenta”.
“Ahora, sin camison...”
Laura Mascarucci (25), es de Ciudad Evita, La Matanza, trabaja en
desmalezamiento y plantación de árboles, y con su secundario finalizado,
está cursando la diplomatura en Economía Social que se dicta en la
Universidad Nacional de Quilmes (UNQui), propuesta impulsada por los
ministerios de Educación y de Desarrollo Social para optimizar la
formación de los cooperativistas del programa Argentina Trabaja. “Somos
muchos los que estamos cursando en la UNQui, yo casi no lo puedo creer.
Soy casada, tengo una hija de 2 años, y también estaba encerrada en mi
casa, deprimida, me sentía fuera de todo, hasta de mi propia familia, mi
marido trabaja pero yo no aportaba nada. Siempre fui muy solitaria, el
primer mes en la cooperativa no hablaba, ni me importaba qué les pasaba a
los demás. Era yo y mis problemas, ése era mi mundo. La necesidad me
fue empujando a hablar y mis compañeros, mujeres y varones, empezaron a
ayudarme a comunicarme y a incluirme. Con el estudio pasaba lo mismo, me
sentía muy insegura tanto en lo físico como en lo emocional, rechazaba a
los demás. Ahora mis profesores me dicen que no soy la Laura que entró y
apenas los miraba, ahora ayudo a mis compañeros. Como mujer también
cambié mucho, bajé 40 kilos, el intercambio con todos fue dándome
seguridad, fui sabiendo que puedo y que me dan la oportunidad de
demostrarlo. Estoy feliz por mi hija y por mi marido, él está feliz,
ahora me ve arreglada, de aquí para allá, con 40 kilos menos. Antes
vivía en ojotas y camisón, ahora no hay más tiempo para estar en
camisón...”
“Papa y yo juntos en el cole”
Belén Barrera (27) trabaja en el Comedor Comunitario y Centro
Cultural La Colmena del Sol, en Los Polvorines, Malvinas Argentinas. “Es
un lugar que construimos con nuestras propias manos, todas las tardes
los chicos del barrio vienen a tomar la leche. Y ahí nosotros hacemos el
secundario. Vengo de una familia de militantes comunistas, soy del
Movimiento Territorial de Liberación, en 2001 andaba cortando el Puente
Pueyrredón, y en el Ministerio de Trabajo, pidiendo trabajo y comida.
Mis padres y yo éramos vendedores ambulantes”, cuenta. A los 17, Belén y
su marido Daniel, también militante, ya tenían a sus dos hijos, hoy de 9
y 10 años, “antes me preguntaban ocupación y decía ama de casa, ahora
digo que soy estudiante y cooperativista. Quiero ser periodista, estoy
terminando el secundario y mi papá también. Sí, mi viejo y yo vamos
juntos al colegio, ¿qué te parece?”, pregunta divertida.
“Cuando apareció el Argentina Trabaja en el barrio, pensamos que era
puro chamuyo... Pero era verdad, no dependemos de los punteros ni
tenemos que ir a escuelas nocturnas lejos de nuestros barrios. Los
profesores son piolas, muy conscientes de lo mucho que le cuesta a
alguna gente animarse a estudiar, por vergüenza, por temor a pasar por
tontos, porque son mayores. Adultos que nunca pensaron que iban a volver
a trabajar y menos a estudiar”, afirma.
Belén dice que se siente más segura, valorizada y reconocida, aunque
sus hijos la retan cuando no saca buenas notas. “‘Ma, cómo te vas a
sacar un seis’, me dijeron cuando me descubrieron un trabajo que yo
había escondido, ¡si no con qué autoridad les digo que estudien más!
Muchas veces me acompañan al colegio, nos compramos las carátulas
juntos, y cuando empezaron las clases fueron con mi papá a ayudarle a
elegirle los útiles y le dijeron ‘abuelo, la cartuchera te la vamos a
comprar nosotros’; le regalaron una de Boca, y mi papá estaba a punto de
llorar... Ya cumple 56 años y está haciendo el Fines 2.”
Elsa Arce (46) es de Lanús y cursa el Fines 2; su cooperativa se
dedica a rehacer las plazas del distrito. “Yo me encargo de hacer los
dibujos. Estoy tan contenta de poder estudiar. Antes de las cooperativas
siempre trabajé como empleada doméstica y niñera. Vivo con mis padres
que ya están viejitos. Me cambió mucho esto, primero no estaba muy
segura de entrar a estudiar, no me animaba, pero un día amanecí
preguntándome por qué no lo iba a hacer, si me daban la oportunidad. Y
aquí estamos, dándole para adelante con mis compañeros, nos ayudamos
entre todos. Y la gente se acerca, nos va conociendo, nos ve haciendo
cosas por el barrio y también estudiando y muchos terminan viniendo a la
escuela a estudiar”, dice.
Daniela (21) es también de Lanús y terminó su primaria hace días;
tímida y pícara dice “yo voy a decir la verdad, abandoné la primaria de
chica, iba a la escuela a boludear y no aprendía ni estudiaba nada.
Ahora me puse las pilas y empecé a estudiar, mi hermana me preguntó si
quería y me anotó. Yo antes me quedaba en mi casa, no hacía nada de
nada. Soy soltera, somos once hermanos y ahora la mayoría estamos
haciendo la secundaria. Cuando me quedaba sola y sin nada que hacer me
sentía re mal, esto me cambió mucho; soy la más chica y mi mamá quería
que estudie, ella es vendedora ambulante, ahora en casa trabajamos
todos. Nuestros padres están muy contentos de que estudiemos. Además,
nueve de los once hermanos somos mujeres y ¡ninguna tiene un hijo!, así
que ellos están recontentos”, cuenta.
“No hay que tener vergüenza, chicas...”
Sobre el fin del encuentro con Las 12 las chicas se envalentonan y
comentan que muchas mujeres se han separado después del Argentina
Trabaja, mujeres golpeadas que vivían “encerradas en su mundo y en su
drama, postergadas, no tenían otro futuro que el de que las cagaran a
palos y estaban bloqueadas. Ahora un montón dijeron basta, yo me planto,
yo soy dueña de mi cuerpo, de mis años, de mi casa y ahora tengo sueldo
y puedo bancar a mis hijos; y el tipo se va o lo echan y saben que
cuentan con el apoyo de las compañeras”, relatan en grupo. “Además,
también empezaron a venir especialistas a darnos charlas sobre nuestros
derechos, sobre nuestra sexualidad... ¡No hay que tener vergüenza de
decirlo, chicas! Vamos, que muchas mujeres no sabíamos qué era el placer
de tener una buena relación, porque el hombre nos trataba como un
objeto. Ahora nos hablan de nuestros derechos, de que podemos decidir
cuántos hijos queremos tener, cómo cuidarnos. Ahora nos despertamos y
somos polvoritas, y viste que la pólvora es como un buscapié...”, dice
Belén eufórica.
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